anatopismos

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16 diciembre 2009

INSOLACIÓN, texto introductorio

La Gallera fue un edificio ideado para presenciar la muerte, por eso tiene una planta extraña y altura desmedida, al estar pensado para que el centro sea el fiel de todas las miradas y exclusivo protagonista.
El ambiente de Francis Naranjo busca devolver su peculiar mirada a este edificio, la de los espectadores hacia el balcón, para encontrar mejor al protagonista de la historia (la muerte en la versión original del edificio, el peligro en la de FN).
FN puebla el primer balcón de individuos que son siempre el mismo, un protagonista elegido por su calidad frágil, y que no deja de hablar por el nerviosismo que la tensión le produce. Este protagonista se multiplica de manera geométrica para conseguir un efecto de victimismo invertido sobre el espectador, ya que la sangre ha sido retirada del ruedo y sustituida por su contraria, una enorme luz blanca que deja de infundir paz a cambio de una gran inquietud, y máxime si quien la sufre es albino. Pues incluso fuera de su radio de acción, con su solo estar, se genera una segura descompensación sobre el frágil equilibrio corporal de un sujeto así.
Lo que se pretende es trasladar el sentimiento de pavor y sobrecogimiento del gallo de pelea, absuelto de un combate que debería haber tenido lugar, al visitante de esta extraña arquitectura.
El ambiente se llena de una luz central blanca y cegadora para impeler a la salida del centro del edificio por su originaria connotación de peligro (no cabe olvidar que sobre el ruedo se luchaba a muerte).
Ante el derroche de luz el visitante tiene dos posibilidades, salirse del edificio o cruzarlo a gran velocidad para ganar las escaleras y poder evitar el fogonazo.
Con la segunda posibilidad uno conquista el primer balcón habilitado para la observación directa de la muerte, donde tropezará con la reflexión a viva voz de un personaje que se pasa la palabra a sí mismo de una en otra pantalla, sobre una banda sonora hilo conductor de todos los parlamentos.
La banda sonora, compuesta por José Manuel López López, homologa la polución sonora generada por todos los parlanchines y consigue un efecto continuado de lo que no es más que un balbuceo apresurado por el temor al lugar (pletórico de luz).
Ya sosegado, el visitante es capaz de asomarse al balcón entrevisto por las cortinas que centran su campo visual en la sucesión de albinos en confesión y aprecia el cableado que alimenta una luz que no pude ser mirada de tanto como quema los ojos. Aquí descubre las tripas de la intervención, pero sobre todo se encuentra con las entrañas figuradas de los sacrificados en tiempos.
El ambiente retrotrae al espectador a la función original del edificio, pero sobre todo llega a ponerlo en situación, para volver sobre el peligro inicial cuya consecuencia era la muerte de los tiempos pasados.
NILO CASARES